IRENE TORRUELLA MOTA
2020
JARDÍN SIN GÉNERO
Introducción
Des de pequeñe siempre me ha gustado estar rodeade de naturaleza. Mis abuelos tenían amplios jardines con una gran diversidad de plantas, ellos me enseñaban sus propiedades, como cuidarlas, podarlas y arreglarlas, enseñanzas por las cuales siempre he mostrado mucho interés. De este modo estos espacios con amplia presencia de elementos naturales (jardines, bosques, montañas, campos, etc.) se han convertido en mi espacio de reflexión, el único sitio donde he encontrado la paz interior y donde puedo desconectar de mis problemas creando así un vínculo especial con la naturaleza.
Del mismo modo en que la naturaleza ha formado parte de mi infancia y mi crecimiento hasta la edad adulta, las problemáticas con el género siempre han estado allí para molestarme. Ya des de pequeñe los cuestionamientos externos sobre la veracidad de mi género han estado ahí. Comentarios como “Si te comportas de esta manera se pensaran que eres un niño”, “No hagas deporte o se te pondrá cuerpo de hombre”, “Con el pelo tan corto pareces un chico” o “¿Te gustan las chicas? ¿No sera que en verdad te gustaría ser hombre, no?” me han acompañado en mi paso de infancia a edad adulta y en mis diferentes etapas han generado unas reacciones u otras.
Actualmente soy yo misme quien se esta cuestionando su propio género, preguntandome si realmente me siento comode con mi género establecido al nacer, con el contrario o con ninguno de los dos, de este modo me propongo investigar y ampliar mi imaginario de corporalidad a través de la ruptura de este con su supuesto género impuesto según su anatomía y así surgió la idea de unir estas dos variantes: las plantas y el ser humano.
LAS PLANTAS Y DESHACER EL GÉNERO
Así como Donna Haraway en su “Manifiesto Cyborg” (1984) y más adelante en “Seguir con el problema” (2019) propone una simbiosis entre humano y animal, creando lo que ella nombra humus o criaturas del compost, como una salida a la clasificación por géneros, especies y razas, así como una solución delante de la crisis climática y medioambiental, yo propongo una variación a esta idea, la simbiosis entre humano y planta. La razón tras esta propuesta, a parte de por experiencias personales durante el transcurso de mi vida, es por que las plantas son ese espacio perfecto para la distorsión y el cuestionamiento del género tal y como lo conocemos.
Las plantas son seres vivos con propiedades y capacidades múltiples, pero en este caso las que a mí más me interesan son sus métodos y órganos de reproducción. Así como los animales, en su mayoría, son clasificados por la ciencia entre machos y hembras según sus órganos sexuales, las plantas no son tan fácilmente clasificables. Estas tienen la capacidad de reproducirse de forma asexual, es decir sin la necesidad de que un órgano sexual o un individuo ajeno contribuya en el proceso. Por ejemplo, plantas como los cactus, el jazmín o el clavel pueden reproducirse perfectamente a través de la fragmentación celular o los llamados tallos de los cuales se desarrollan individuos hijos o en el caso de los helechos o filicopsida a través de esporas. A parte, en el caso de las plantas que se reproducen de forma sexual, muchas de estas poseen los dos órganos sexuales (masculino/femenino) en un mismo individuo, ya sea en flores separadas o en una misma flor hermafrodita, a esto además se le suma la capacidad de muchas especies de autofecundarse. Estas características rompen por completo con los esquemas de los argumentos naturalistas o la “Actitud natural” a la que se refiere Harold Garfinkel en el capítulo "Confundir el género (Confounding gender)" de su libro "Debate Feminista" (1999), esta establece la creencia de que existen dos géneros que se corresponden con dos sexos (genital-corporal), es decir pene o órgano sexual masculino con hombre-macho y vagina o órgano sexual femenino con mujer-hembra, hablando siempre desde la perspectiva heteronormativa en que un ser solo es perteneciente de un sexo y su género correspondiente. De este modo mi propuesta de simbiosis entre planta y humano permite generar imaginarios de nuevas corporalidades de carácter intersexual a las que ni la ciencia ni la medicina pueden atribuir un género concreto creando un cortocircuito en la normativa corporal heteropatriarcal establecida.
Tal y como explica Araceli Vázquez González en “Michel Foucault, Judith Butler, y los cuerpos e identidades críticas, subversivas y deconstructivas de la Intersexualidad” (2009) los cuerpos intersexuales constituyen con frecuencia una fuerte crítica a los discursos médicos, tecnológicos y científicos, ya que remiten a la problematización de la gestión biomédica de lo corporal sexual y lo identitario. Estas corporalidades en muchos discursos críticos se construyen como un desafío al estatus normativo de la heterosexualidad, abriendo paso a imaginarios y discursos de carácter queer y transgresor.